miércoles, 2 de mayo de 2012

Mis extrañas entrañas

Eché a caminar un martes. Lo supe porque los martes en mi barrio siempre hace viento. 
Las hojas de los árboles se mecían. Al principio con calma y después con algo más de velocidad.
A mi no me cambiaba la cara. Tenía un amargo sabor de boca desde hacia un par de días, que provocaba un gesto en mi de profundo asco.
fui subiendo escaleras hacia el campo. Andaba y andaba en contra del viento. El frío me helaba las manos y las piernas, pero la dirección estaba clara. Siempre hacia delante.
La gente me veía pasar, algunos me saludaban, otros ignoraban mi presencia. 
Continué con la penosa marcha, acosada por el hambre y por las drogas. Acosada por el viento que me quería devolver a casa.
Perdí de vista el bosque, las ramas, las hojas. Perdí de vista a la gente. 
Los problemas empezaron cuando empecé a perder otras cosas. 
En un momento de pánico me llevé la mano a la cabeza. Mi pelo se estaba viendo arrastrado poco a poco por el viento. Algunos mechones se agarraban con afán a mi cabeza. Otros se habían quedado muy atrás. 
Mis pestañas y mis cejas habían desaparecido, al igual que el vello de mis brazos y de mis piernas. 
La piel estaba tensándose sobre mis músculos y una serie de quemaduras habían invadido casi todo mi cuerpo.
La marcha forzada continuaba, aunque no con el mismo brío. Cada paso costaba más darlo, cada uña perdida, cada parpadeo lento y doloroso me hacían pensar en volver.
Pero no.
Mis piernas dejaron de aguantarme y comencé a arrastrarme. Lastimeramente, deseando llegar. 
Mis huesos se desgastaban y mis pensamientos se diluían. Llegaba al final.
Entonces te vi. Y comprendí.
Intenté asirte pero mis dedos se desmenuzaron. 
El viento lo habías provocado tú. Cada pestañeo, cada palabra, cada movimiento, cada acción. Hasta tus pensamientos me habían desgastado.
Cuando me viste completamente tirada a tus pies, solo escupiste:
-Te lo dije.








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