lunes, 30 de enero de 2012

Tú y tu puta de-generación

Estaba realmente cabreado.
Llevaba una hora dando vueltas por su habitación. 
Y tu seguías ahí, sobre la cama. Tenías cara de sorpresa, cuando te conté todo lo que había pasado habías puesto esa estúpida expresión de "no me puedo creer lo que estoy oyendo".
Le pegué una patada a unas cajas llenas de libros. Ni si quiera te habías dignado a sacar todas tus cosas aún. 
Tu pelo caía sobre la almohada. No llevabas camiseta.
Habrías resultado una bonita escena porno si no hubiera sido por el enorme agujero sobre tu pecho izquierdo que había cubierto de sangre la mayor parte de la cama.
-Dijiste que te gustaba follar en ataúdes. Para ti era como reírte de la muerte. Ponías todo tu cuerpo en tensión y me atacabas porque sabías que no podía estar sin ti.
Y yo continuaba dando vueltas como si no tuviera nada mejor que hacer, paseando de una esquina a otra, golpeando con furia todos los objetos que tuviera a mano.
A tu lado estaban tirados parte de tus intestinos y lo que supuse que era tu estómago. No me preguntes porque no había tocado tu corazón. A sí, porque no tenías.
Ya decía yo que estabas más delgada que habitualmente.
No podía abrir y cerrar las manos con normalidad, las tenía pegajosas.
Levantaste la cabeza y me miraste directamente, empezaste a reírte.
-Así que no contento con tener que cargar conmigo viva cargaras conmigo muerta.
Días más tarde te follé por ultima vez en tu propio ataúd.










I've made my grave so I'll lie in it. I've dug my grave so I'll die in it.

domingo, 22 de enero de 2012

Arrancarte la sonrisa como te arranqué los ojos

Sonaba una melodía de fondo. Era un anuncio de la tele, de la casa contigua. 
Una farola que iba a morir alumbraba el salón del segundo piso del edificio más viejo del barrio.
Sobre el sofá descansaba una mujer, con un vestido negro, descalza y con el pelo recogido. Miraba al suelo fijamente.
Pegado a la puerta de la estancia, un hombre con los brazos cruzados y actitud nerviosa la miraba fijamente.
Ella habló primero.
-Esta mañana me han llamado, aunque no era para mi. Me he lanzado a por él y he contestado. De hecho me he asustado bastante. Ya no me acordaba para que servía ese aparato ni como sonaba.
-Déjame salir, por favor. 
El hombre se revolvió y rodeó a la mujer. Según andaba, levantaba un polvo milenario que allí se había asentado unos cincuenta años atrás, haciendo de su capa un sayo y proclamándose rey y amo de aquella maltrecha casa.
-Era una señora que preguntaba ansiosamente por alguien llamado Damian. Le dije que se había equivocado y que no volviera a llamar.
-Llevo aquí encerrado medio siglo. Solo, quiero irme. 
Se tiró a los pies de la mujer, puso su cara en sus rodillas y comenzó a lamerse mecánicamente la mano derecha mientras con la otra aferraba la falda negra.
La mujer puso una mano en su cabeza y la apartó, tirando al hombre al suelo, que siguió llorando.
-Te diré que yo llevo cincuenta años muerta y tu me atas a este mundo con tu estúpida locura. Para la gente como tu no hay sitio fuera de aquí Damian, así que haz el  favor de dejar de llorar como un niño, coge la escopeta de tu padre y ponte a pegar tiros en la calle. Mátalos a todos.
-Si madre.








There's a stain on my hand and it's red

martes, 17 de enero de 2012

Ayer se casaron mi polla y tu boca

Llevabas hablando casi media hora. No te callabas. 
Había sido un día horrible en tu oficina. El jefe llevaba abusando de ti desde hacia un par de meses, llevabas la vaselina al trabajo porque joderte era lo que más le gustaba.
Tu trabajo lo podía llevar a cabo cualquiera, ni si quiera sabías que el único motivo por el que seguías en esa empresa cobrando como el señor de mantenimiento era que la facilidad para meterse contigo era suprema. Si algo salía mal, ya estabas tú para comerte la mierda del culpable. 
Siempre habías sido un gilipollas.
Llevaba pensando eso aproximadamente desde hacía 25 años, desde que nos casamos.
Y por si fuera poco la pobreza acosante y la falta de amor en este matrimonio de mierda, eres un borracho.
Y un maltratador.
Me encantaba decirte esa palabra.
He de reconocer que siempre he sido una jodida camorrista, y que nunca pretendías matarme, solo hacerme daño. 
Aquel día, hacíamos los 25 años de infierno, y por supuesto, habías invitado a la mitad de la gente de tu oficina, a tus padres y a los vecinos. Vendrían para tomar un cóctel y celebrar una bonita unión que se estaba alargando demasiado. Se reirían de los chistes de tu jefe que hacía refiriéndose a lo imbécil que eras. 
Por cierto, me tiré a tu jefe en tu despacho hace dos meses.
Había encargado una estatua de hielo para ponerla en la mesa. Era una curiosa escultura con forma de cisne.
Eres un hortera.
Mientras pensaba todo esto tu seguías hablando agitadamente, con una copa de whisky. Faltaban dos horas para que la gente llegara y aún me ibas a montar un número.
-¿Me estás escuchando mujer?
Se me pasó una idea por la cabeza. 
-No.
Se te arrugó la nariz y sonreíste, con esa cara de gilipollas y tus dientes torcidos. Aún llevabas puesto el abrigo. Te giraste y soltaste una risilla, dándome la espalda.
Jodido imbécil, esa fue tu sentencia de muerte. 
Le arranqué la cabeza al cisne, que con un fino "crack" pasó a ser un excelente arma, que por supuesto, incrusté contra tu cabeza.
Tu expresión pasó de sorpresa a muerto. Estabas muerto. 
Aguanté la risa. Dejé la cabeza del descabezado cisne en la fuente. 
Te saqué la cartera del bolsillo, abrí la ventana de la cocina y la revolví un poco, me llevé el vaso de whisky aún lleno y esperé media hora.
Mientras piqué el hielo del cisne y lo metí en un cubo sobre la mesa. Coloqué todo en orden, pasando sobre tu cadáver sin tocarte ni un ápice y tras dar un agudo grito que le heló la sangre a los vecinos, llamé a la policía.
El papel de esposa desconsolada se me dio de puta madre. 
"Llegué a casa, y mi marido estaba ahí tirado. La ventana estaba abierta, me asusté muchísimo. Oh ¿cómo puede haberse muerto? Hoy celebrábamos nuestro 25 aniversario, los invitados, los cócteles... siempre era tan atento conmigo".
Los policías examinaban tu cuerpo. La palabra delincuente esporádico salió de sus bocas.
-¿Quiere una copa inspector? ¿Quizá un whisky con hielo?




This is a fucking desease

miércoles, 11 de enero de 2012

Canadá

Cuando desperté la angustia seguía ahí.
Había soñado, como tantas otras veces, como Luther King.
Saqué de debajo de mi cama una bola de calcetines usados y me los puse casi sin ver lo que estaba haciendo.
Arrastré los pies hasta la ventana. Por un momento pensé que era de noche. Las persianas de mi cuarto son negras por dentro.
Con la mano izquierda acaricié sensualmente la pared hasta dar con el interruptor. Mi cara se contorsionó.
-Hiiiiija de puta
Todo estaba siendo juzgado por una intensa luz amarilla artificial. Apague de nuevo la luz.
Mi cerebro estaba traicionero aquella mañana.
-Persiana, persiana.
Vi mi cama demasiado apetecible como para rechazarla y me dejé caer sobre ella.
El sueño me llamaba al fijo.
Cerré los ojos, a penas un segundo.




Cuando desperté la angustia seguía ahí.
Había soñado, como tantas otras veces, como Luther King.
Saqué de debajo de mi cama una bola de calcetines usados y me los puse casi sin ver lo que estaba haciendo.
Arrastré los pies hasta la ventana. Por un momento pensé que era de noche. Las persianas de mi cuarto son negras por dentro.
Con la mano izquierda acaricié sensualmente la pared hasta dar con el interruptor. Mi cara se contorsionó.
-Hiiiiija de puta
Todo estaba siendo juzgado por una intensa luz amarilla artificial. Apague de nuevo la luz.
Mi cerebro estaba traicionero aquella mañana.
-Persiana, persiana.
Vi mi cama demasiado apetecible como para rechazarla y me dejé caer sobre ella.
El sueño me llamaba al fijo.
Cerré los ojos, a penas un segundo.






Cuando desperté la angustia seguía ahí.
Había soñado, como tantas otras veces, como Luther King.
Saqué de debajo de mi cama una bola de calcetines usados y me los puse casi sin ver lo que estaba haciendo.
Arrastré los pies hasta la ventana. Por un momento pensé que era de noche. Las persianas de mi cuarto son negras por dentro.
Con la mano izquierda acaricié sensualmente la pared hasta dar con el interruptor. Mi cara se contorsionó.
-Hiiiiija de puta
Todo estaba siendo juzgado por una intensa luz amarilla artificial. Apague de nuevo la luz.
Mi cerebro estaba traicionero aquella mañana.
-Persiana, persiana.
Vi mi cama demasiado apetecible como para rechazarla y me dejé caer sobre ella.
El sueño me llamaba al fijo.
Cerré los ojos, a penas un segundo.






Cuando desperté la angustia seguía ahí.
Había soñado, como tantas otras veces, como Luther King.
Saqué de debajo de mi cama una bola de calcetines usados y me los puse casi sin ver lo que estaba haciendo.
Arrastré los pies hasta la ventana. Por un momento pensé que era de noche. Las persianas de mi cuarto son negras por dentro.
Con la mano izquierda acaricié sensualmente la pared hasta dar con el interruptor. Mi cara se contorsionó.
-Hiiiiija de puta
Todo estaba siendo juzgado por una intensa luz amarilla artificial. Apague de nuevo la luz.
Mi cerebro estaba traicionero aquella mañana.
-Persiana, persiana.
Vi mi cama demasiado apetecible como para rechazarla y me dejé caer sobre ella.
El sueño me llamaba al fijo.
Cerré los ojos, a penas un segundo.




Nunca más me equivoqué con el interruptor y la pared.

domingo, 8 de enero de 2012

Doña

Imaginaba que las partes que mas miedo daban de mi vida eran las que ocurrían por la noche, cuando a penas hay luz y te quedas a solas con tus historias, dolorosas. Cuando abres esas puertas durante el fallido intento de dormirte. El frío viene de dentro. El miedo es la triste comitiva.
Pero no. Era de día. Nada de penumbra, nada de bosques sombríos. No había sol cayendo o saliendo. No estaba a solas en una habitación ni huyendo. 
Estaba en mitad de una calle. Gente ajena a mi caminaba rodeándome. Para ellos era un estorbo momentáneo.
Nunca más iban a verme, ni a sentirme a su alrededor. Tampoco iban a recordarme. Que triste y pasajera era mi existencia para ellos. Y la suya para mi.
Eran olas en el mar. Llegarán y se lo llevarán. Salpican cuando pueden. Pero nunca se mantienen y siempre vuelven al mar donde nunca mas se sabe de ellas.
Me picaban los ojos por tenerlos tanto tiempo abiertos. 
Había un gato en una ventana, asomado. Con esa estúpida mirada de indiferencia que tienen los gatos. No sabia de que color era, ni el tamaño aproximado. Solo sabia que sus ojos se clavaron en los míos unas milésimas.
Yo seguí mirando en su dirección. Incomodandolo. Y como todos hacemos cuando vemos un gato dije:
-Psbsbsbsbsbsbs








A la mar, que es el morir.