domingo, 11 de noviembre de 2012

Reflexiones sobre sueños

Me hundí en el sofá sin posibilidad de escapar de su suave abrazo.
Sentía como el sueño me atrapaba. Empezaban las imágenes.

Las rampas habían invadido la ciudad como un cáncer. Las paredes de rojo ladrillo mudaban a piedra gris por segundos. 
Unas nubes densas cubrían el cielo, el sol en este mundo de piedra era prescindible.
La salvación me fue entregada. Depositaron en mis manos un conejo blanco, Fortuna le dicen.
Cuidé y vigilé la Fortuna del mundo, protegiendo aquella metáfora allá dónde iba. 
Sucedió en un momento dado, que caminando con tranquilidad por las calles grises, bajo el cielo gris, con aquella maravilla entre mis brazos, le encontré.
Apoyado despreocupadamente contra una verja de un establecimiento cerrado hacia años. 
No estaba solo. 
Fortuna se escapó. Para no volver.
Corrí tras ella pasando cerca del fantasma del pasado. Grité su nombre. 
Caí al suelo.

Me desperté con un frío húmedo pegado a mis extremidades. En casa ya había movimiento.
- ¿Mamá?
Se abrió la puerta. Salió entonces un rico olor de la cocina.
- Ya es a comer cariño.- Mis tripas rugieron con evidente aceptación.
Decidí sentarme a la mesa. Cuando miré el plato sonreí. Me carcajeé.
La fortuna siempre vuelve a nosotros, aunque sea en forma de plato único.





La señora que cazó una liebre con sus propias manos.