viernes, 25 de enero de 2013

Inseparables, inesperadas

Empecé a fumar por el olor a putrefacción.
Recuerdo que cuando tenía quince años me metieron en una sala de hospital, con uno de mis compañeros.
Para ese tipo yo era un hermano.
Yo ni si quiera sabía por qué estaba allí.
Aunque esa incertidumbre no duró mucho. Descorrió una cortina que dejó pasar un aire muerto parecido al del interior de un ataúd.
Era una chica.
Al chaval se le cayó el alma a los pies. Casi sonó al derrumbarse contra el suelo.
Yo no había visto demasiadas mujeres a parte de mi madre y un par de enfermeras, pero tenía claro que no solían tener ese aspecto. 
Solo tenía claro que me habían sacado del cuartel para meterme en un hospital lleno de enfermedades, altamente inquietante.
El olor estaba provocandome nauseas.
Una parte de mi bastante inteligente quería largarse corriendo, diciendole a aquel tipo que nos fueramos a llorar su muerte a otro lugar, no al mismo foco de la infección.
Pero otra parte quería acercarse a examinarla más de cerca.
Como no sabía el nombre de ninguno de los presentes me acerqué a la cama. Balbuceaban cosas ambos. No podía entenderles.
Tenía la piel entre amarillo y morado, como un ahogado. Los ojos hundidos. Tenía cortes negros en varias partes visibles del cuerpo, uno en el pecho, otro en el cuello, otro en el brazo. Entonces me di cuenta de lo flaca y esquelética que estaba. y lo moradas que eran sus manos. 
Estaba completamente seguro de su gélido tacto.
Se estaba pudriendo en vida.
Los olores se me clavaron en el cerebro. Dios. El cuerpo de esa chica estaba muerto, ¿desde hacía cuanto? ¿una semana? No lo sabía. 
Más balbuceos y lloros.
Ante aquello saqué del bolsillo de la chaqueta de aquel tipo que me había arrastrado hasta el hospital una caja de tabaco. 
Cogí un cigarro y con unas cerillas le prendí fuego.


-Abuelo esa historia es mentira.
Una vocecilla me saca de mi ensoñamiento. Clavo los ojos en la cara de paciencia de mi nieta.
-¿Por qué piensas que tu abuelo te va a mentir?
-Porque no se puede fumar en los hospitales.
La miro detenidamente. Supongo que con esa mirada que ponen los viejos, escarbando en lo más profundo de tus recuerdos. 
-Cuando yo tenía tu edad si que podía.
Automaticamente fijo la vista en el sofá del fondo. Ahí está mi chaqueta. Con mis cigarrillos.
-Ciertamente, es una lástima que no nos dejen fumar aquí.