sábado, 17 de septiembre de 2011

Después de que te fueras.

Un enorme reloj de manecillas negras y alargadas marcaba el tempo en la habitación. Colgado del techo.
Allí tiradas en un colchon amarillento estaban las dos.
-Cada hora viene instigada por la anterior. Las 15:59 estan muy presionadas. Demasiado. A penas sesenta segundos van a dar paso a la hora mágica. 
-Sesenta segundos. A penas una minucia de tu vida.
-De mi vida no es nada. Un minuto de mi tiempo no lo puedes tocar con los dedos. Yo uno de los tuyos si.
-Me duele ver como pasa el tiempo sin ti. Te olvida como un amante caprichoso, como un amo que busca cariño en un arisco gato. Te ignora y no te quejas.
Tras unos segundos de silencio el reloj de Mazzel produjo un sonido que les cortó la respiración.
Bip-bip. Bip-bip. 16:00.
-Es la hora mi amor, es la hora.
Las cuatro de la tarde cayeron como una niebla densa y oscura. Se removieron incomodas en el momento.
-Me cuesta verte vivir. Me cuesta mucho, cuando veo como te crece el pelo, las uñas; como cada día el humo infecta tus pulmones y te cuesta una milésima de segundo mas respirar. Me cuesta dejarte seguir. Ver como te mueres en vida en lugar de quedarte conmigo, estancada en las aguas del pasado. Te corrompes.
- Odio cuando te alejas de mi, caes en la brecha del infinito. Odio cuando tardas horas en hacer tareas de segundos, solo por el placer de verlas lentamente. Odio mirarte mientras ves florecer las jardineras, cuando acaricias el viento, notas cada olor por separado. Me alejo de ti sin remedio, viendo como salgo del agua que nos cubría hasta la cintura, y llego a la orilla del mar dónde todos los granos de arena son iguales a mis ojos.
- Y tan diferentes a los míos.



Oigo tus palabras huecas como las cuencas de tus ojos.

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