lunes, 18 de abril de 2011

Pagando con huesos

El reloj de la iglesia dio las 12 de la noche; esa mágica hora en la que los cadáveres de la ciudad salían de sus tumbas, algunos en mejor estado que otros, todo había que decirlo. Se desperezaban sobre sus respectivos trocitos de tierra, estirando sus maltrechas y apestosas extremidades. Algunos se tumbaban a mirar las estrellas, otros ya se iban poniendo en marcha.
Una mano huesuda con dos anillos se posó sobre el hombro de Marc. Pese a los años allí, no se había acostumbrado al contacto con otros muertos. Un escalofrío le subió por la espalda. 
- Como hoy cumples los 100 años muerto, vamos a entrar al panteón blanco.
Abrió los ojos y vio la cara semi-completa de Eva. Alzó un dedo en el que aun le quedaba un poco de carne y se lo introdujo por la carcomida mejilla.
Eva hizo una mueca que pretendió ser una sonrisa. A ella se le estaba acabando el tiempo. ¿Cuantos años llevaba muerta? 
Lo había visto muchas veces. Aquellos a los que el tiempo seguía arrastrando, poco a poco acababan así. Deshechos. 
Él recordaba el día que se murió, en el hospital, enfermo. Alguien le preguntó "¿Quieres continuar?", y respondió con un hilo de voz, al parecer su ruido estertor, "Sí". Lo siguiente era confuso, se despertó sobre su tumba recién cavada y al lado de un hermoso cadáver de una jovencita de su edad; "Hola soy Eva y la eternidad nos espera".
Ahora él tenía 100 años. Ella iba a desaparecer poco a poco y él no. Eva dejaría de moverse, su carne se pudriría y no habría nada que hacer.
Ambos se incorporaron y avanzaron hacia el panteón blanco, él de los más viejos que aún podían moverse. La fiesta eterna.
"Por eso no hay viejos aquí, solo jóvenes, ellos ya vivieron en su tiempo y cuando les preguntaron que si querían seguir, simplemente estaban cansados de girar."








Entre mi paja no hallareis el alfiler

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