miércoles, 19 de octubre de 2011

Vomito por segunda vez en el día de hoy mi conciencia.

- Eso es que me tienes envidia.
Según las palabras salieron de tu boca un ramalazo de odio, ira y furia se adueñaron de mi. Primero vino el odio cubriendo con su manto negro todo lo que recordaba sobre ti; luego la ira me intoxicó y se instaló en el centro del odio; luego la furia arrasó lo poco que quedaba. Habías liberado mi furia.
Estaba temblando, conteniéndome para no matarte aún. De un solo golpe te tiré al suelo y me senté sobre ti. Tu cuello era tan frágil que me asaltó una risa gutural. Lo agarré con una sola mano. Vi tu cara de pánico y como intentabas asirte de mi mano que te condenaba. Tenía que concentrarme mucho en no acabar contigo hasta que lo hubieras escuchado todo.
- ¿Envidia?¿Envidia?
La ultima palabra me salió muy aguda. La idea de que alguien te tuviera envidia era absolutamente ridícula.
- ¿Envidia de qué?¿De ser tú?
Mi garganta se abrió dejando salir una carcajada larguisima.
- Das pena. Eres patética. ¿ Quieres motivos para hablar de mi? Tómalos. Habla pero con razones. Di que te retuve aquí y que te amenacé de muerte. No es envidia. Es rabia. 
- Veo... la envidia...quieres mi lugar.
Debí apretar demasiado fuerte el cuello. Estabas desencajada.
De pronto ya no sentía odio, ira o furia. Así que me fui.




No le des importancia, ellas siempre vuelven.

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