domingo, 6 de noviembre de 2011

Siempre es solo un instante

El cielo se estaba oscureciendo. La noche no daría paso al día nunca más. Daba paso a otro momento. 
Estaban intoxicando las estrellas, perdían su brillo paulatinamente; la luna desaparecía, como si anocheciera en mitad de la noche.
Las casas y edificios caían, se perdían en la negrura. Familias que dejaban de verse, simplemente ya no existían. Las paredes de mi habitación se caían, entró el frío de la última noche por todas partes. 
Humanidad que ahora te desvaneces, ¿que te está sucediendo?
Silencio que arrancaba sonidos de mi garganta. Era un grito que estaba huyendo de mi interior, nada quería quedarse, ni mi aliento, ni ese último auxilio al que pudiera oírme para sacarme de allí, yo estaba en el centro de la destrucción. Con su presencia.
Todo se destruía a su alrededor, no al mio. Eso implicaba mi muerte en unos segundos, para dejar vagando su presencia por encima de su creación. Mejor, por encima de la destrucción de la creación. 
- ¿Qué está sucediendo? 
Me intenté hacer oír por su presencia. Una de sus manos tocó mi mejilla, su tacto era infinitamente suave, cálido y frío. Frío. Muy frío. Mi cara estaba cambiando de color. La enfermedad se extendía por mi piel, la dejaba seca, flácida, muerta. La vejez llegaba.
- Es el principio.
Lágrimas. Mis piernas no aguantaban, eran unos huesos recubiertos por una fina capa de piel. Muerte en vida.
- ¿El principio de qué?
- El principio del fin.

Y así es la obsesión. Tu mundo se desmorona alrededor de lo que te provoca esa necesidad. Todo acaba cuando sitúas a alguien en el centro de tu universo, una enfermedad que te corrompe y está contigo hasta el prematuro final. La obsesión de las obsesiones, el amor, cuando solo queda ella.









I love something that death can't touch

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