domingo, 22 de enero de 2012

Arrancarte la sonrisa como te arranqué los ojos

Sonaba una melodía de fondo. Era un anuncio de la tele, de la casa contigua. 
Una farola que iba a morir alumbraba el salón del segundo piso del edificio más viejo del barrio.
Sobre el sofá descansaba una mujer, con un vestido negro, descalza y con el pelo recogido. Miraba al suelo fijamente.
Pegado a la puerta de la estancia, un hombre con los brazos cruzados y actitud nerviosa la miraba fijamente.
Ella habló primero.
-Esta mañana me han llamado, aunque no era para mi. Me he lanzado a por él y he contestado. De hecho me he asustado bastante. Ya no me acordaba para que servía ese aparato ni como sonaba.
-Déjame salir, por favor. 
El hombre se revolvió y rodeó a la mujer. Según andaba, levantaba un polvo milenario que allí se había asentado unos cincuenta años atrás, haciendo de su capa un sayo y proclamándose rey y amo de aquella maltrecha casa.
-Era una señora que preguntaba ansiosamente por alguien llamado Damian. Le dije que se había equivocado y que no volviera a llamar.
-Llevo aquí encerrado medio siglo. Solo, quiero irme. 
Se tiró a los pies de la mujer, puso su cara en sus rodillas y comenzó a lamerse mecánicamente la mano derecha mientras con la otra aferraba la falda negra.
La mujer puso una mano en su cabeza y la apartó, tirando al hombre al suelo, que siguió llorando.
-Te diré que yo llevo cincuenta años muerta y tu me atas a este mundo con tu estúpida locura. Para la gente como tu no hay sitio fuera de aquí Damian, así que haz el  favor de dejar de llorar como un niño, coge la escopeta de tu padre y ponte a pegar tiros en la calle. Mátalos a todos.
-Si madre.








There's a stain on my hand and it's red

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