domingo, 17 de julio de 2011

Algún día todas mis cosas parecerán igual de viejas.

La cabeza se me escoraba hacia la izquierda. El tiempo estaba pasando muy rápido, tremendamente rápido.
El aire salía y entraba de mis pulmones, sedimentando minúsculas motas de polvo que se marcaban un paso-doble en mis albeolos.
Como si de destino se tratara me estaba descomponiendo en vida. Veía mis uñas crecer. Mi pelo se hacía largo sin que nadie pudiera detenerlo. Pequeñas heridas sanaban y yo solo podía continuar siendo espectador de mi propia muerte. 
Aquel mundo iba a ser mi ataúd. Mi cara dejaba de ser tersa para convertirse en una mueca, como cera caliente y triste que no tiene donde caer. Estaba inanimada. Seca.
Nadie se había dado cuenta hasta ahora. 
El simple roce del aire en tu cara hace que te desgastes como una mina de lápiz. Tus pensamientos se van con esa brisa, ladrona sin saberlo. Al peinarte, unos pocos pelos se desprenden de tu lustrosa cabellera. Uno menos, están contados desde el día en que naciste.
Cada paso esta obligado por el anterior, tus huesos se resienten, se resquebrajan. 
No somos eternos. Ahora mismo estas desapareciendo. Las teclas de tu ordenador tienen impresos tus dedos. Hay allí mas de ti que en tu cuerpo. 
Y como dijo algún gañán de pueblo,
"En cien años, todos calvos".








La vida acabará por matarte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario