Su locura estaba llegado al extremo. Era espeluznante lo que estaba haciendo en la cocina de su casa. Hacía tiempo que sus padres se habían ido de allí y que ella estaba sola. Yo intentaba llenar ese hueco.
Aquel atardecer estaba volviéndose rojizo cuando entre por la puerta de la ya mencionada cocina y Mazzel me miró con sus ojos bien abiertos, expectantes.
El espectáculo era digno de ver: con las tijeras en la mano derecha se cortaba el dedo meñique de la izquierda, bajo horribles dolores y charcos de sangre. Se regeneraban a los pocos minutos, y los iba colocando en fila. Al menos había veinte deditos.
- ¿Hasta donde llega mi regeneración?
- Eres inmortal, llega hasta el fin.
Acaricié su pelo e intenté quitarle las tijeras de la mano.
- ¿Hasta cuando?¿Y cuando ya no haya tierra?¿Nos regeneraremos y estallaremos en décimas de segundo con infinitos dolores?¿Así hasta el infinito?
La sombra de la locura acampaba poco a poco en sus ojos. Yo lo había visto venir y no lo había evitado.
- No tendremos descanso eterno, no hay vuelta atrás. Somos locas, por imaginar que podíamos enfrentarnos al universo solas, por ese miedo estúpido a la muerte. ¿DÓNDE ESTÁS AHORA QUE TE NECESITO? Siempre a mi vera desde mi nacimiento, siempre conmigo; se llevó a mis hermanos, se llevará a mis padres. Pero a mi me ignora. No atiende a mis súplicas. Muerte, muerte... haz la excepción y llévame contigo.
- Shhh.. suelta las tijeras. Mazzel, piensa en todo lo bueno que nos queda por vivir.
Dejando el dedo número veintidós sobre la mesa abandonó las tijeras.
- Podría llenar este mundo con mis pequeños dedos. Se producirían avalanchas de ellos. Tan perfectos...¿Dónde están mis pintauñas?
Hay una abeja muerta debajo de mi mesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario