miércoles, 4 de mayo de 2011

Soy

Mis recuerdos no importan. Al menos tú no tienes que verlos cada vez que entrecierras los ojos, pones cara de concentración, arrugas el entrecejo, aprietas un poco la mandíbula y haces eso con el dedo gordo del píe (sí, eso de montarlo encima del otro y bajarlo rápido varias veces).
Lo mínimo es eso, que no te acuerdas. Bueno, dices que no te acuerdas. A veces te pillo mirando hacia ninguna parte, con la mano derecha en la cadera, apretándote fuerte la carne y poniendo una sonrisa sin motivo. ¿Ves como te conozco?
Pero tu dices que no te acuerdas, eso es lo que quieres creer, porque duele acordarse.
Me han contado por ahí que cuando bebes un poquito de viernes, a eso de la entrada del sábado, empiezas a hablar de mi. Durante mucho rato, en voz semi-baja, con una botella de popularidad, avergonzando un poco a tus amigos, lo dices; dices mi nombre, mis apellidos, dices mi edad, mi sexo, dices de todo menos de lo que no te acuerdas.
Me llamaste una vez, de esa guisa, fíjate. Yo estaba casi en las mismas. Juntos nos acordamos. Estábamos muy lejos gracias a Dios, si no, nos habríamos vuelto a empezar desde el principio de los tiempos. 
Me aburren sus miradas tristes, sus "yo me acuerdo de lo que erais". Todos se acuerdan menos tú, que te molestas en disimularlo sin mirarme un poquito, ni por el rabillo del ojo. Se que no me quieres ni en foto, así que lo hago para ti. Se que te gusta cotillear, léeme. Saborea mi escritura sencilla de hoy. Aquí lo tienes y es tuyo.

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